Las violaciones a la libertad de prensa son el pan de cada día en un país como Colombia donde informar con rigor y libertad se ha convertido en un desafío. Sometidos durante décadas a la violencia del narcotráfico, de grupos armados, o de políticos corruptos, los asesinatos, secuestros, amenazas, intimidaciones y el exilio forzado de periodistas forman allí parte inherente de la profesión, así como la casi total impunidad con la que resultan. Y como en todo conflicto armado, pero particularmente en el que vive Colombia desde hace más de 40 años, los protagonistas de la guerra, sea el propio gobierno y sus militares, los actores armados y en particular los paramilitares, acostumbran a utilizar permanentemente a los reporteros para sus propósitos políticos y militares, deformando y falsificando la realidad o intentando imponer su versión a cualquier precio. La radicalización cada vez mayor de este conflicto y los modernos vínculos laborales que han impuesto muchos medios de comunicación han convertido el periodismo en una quimera donde la verdad y el compromiso con la sociedad han cedido, en muchos casos, ante la necesitad de la propia supervivencia como prioridad. Su efecto más nocivo ha sido claramente la autocensura.
Pero no es sólo la amenaza, la que ha consolidado la autocensura en el país. Su actual presidente, Álvaro Uribe, pidió a los medios ponerse del lado de las instituciones y éstos, salvo honrosas excepciones, cerraron filas frente al mandatario. El resultado ha sido un periodismo sometido al populismo patriótico y un exagerado unanimismo presidencialista. Todo ello ha conseguido crear una aplastante corriente de opinión que parece querer acabar con las opiniones diferentes y dividir la sociedad, polarizándola en buenos y malos.
En esta misma línea, atacar y descalificar a los medios y periodistas que cuestionan al gobierno y a sus funcionarios ha venido siendo habitual en el mandato de Uribe hasta el punto de estigmatizar a varios profesionales acusándolos de ser terroristas o simpatizantes de la guerrilla. Unas acusaciones que sirvieron de combustible para que recibieran posteriores amenazas e incluso que algunos de ellos tuvieran que proteger su vida saliendo del país. Sin olvidar la suplantación de un equipo periodístico por parte del Ejército en laliberación de Ingrid Betancourt y otros 14 secuestrados en poder de la guerrilla de las FARC, que acrecentó aún más la vulnerabilidad que enfrenta el periodismo en Colombia. Por otro lado, la concentración de la propiedad de los medios en unas pocas manos, incluyendo la entrada de los españoles Grupo Prisa y Planeta, ha incidido en debilitar un determinado tipo de periodismo de investigación que se realizaba en Colombia y que era visto con gran admiración en el mundo.
Afortunadamente, todavía quedan ejemplos de buen periodismo en el país, así como decenas de experiencias de periodismo independiente y alternativo que con muy pocos medios y también jugándose la vida han tomado un papel protagónico en procesos de documentación, denuncia e información ciudadana en aspectos relacionados con el conflicto armado. Pero conscientes que el derecho a la información veraz es uno de los principales derechos de la sociedad y de una democracia que quiera ser transparente, este seminario pretende brindar un espacio para la reflexión sobre la situación del periodismo en Colombia.
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