El sábado 26 de abril de 1986, parecía ser un día más en la rutinaria vida de Zinaida Kordyk, directora de la Estación Meteorológica de Chernóbil, pequeña ciudad situada al norte de Ucrania, sin embargo, la calma se vio alterada cuando sus ojos se posaron en el contador geiger (instrumento que se utiliza para la detección y conteo de las partículas emitidas por un cuerpo radiactivo). El aparato indicaba un repentino y desmesurado aumento en los niveles de radiación del lugar. Zinaida se alarmó. Aquél registro sólo podía anunciar una catástrofe. La mujer no se equivocaba. En la noche del 25 se produjo un grave acontecimiento en la central nuclear Memorial Vladimir Ilich Lenin, sita en las afueras de Chernóbil. Durante la planificada puesta fuera de servicio del generador No.4, se informó días después, del súbito aumento de la potencia del reactor. La descarga considerable de vapor condujo al sobrecalentamiento del reactor, su explosión y subsiguiente emisión radiactiva. Había sucedido lo que se temía: un accidente de gravísimas consecuencias ecológicas, sanitarias y económicas para toda la humanidad. El percance, originado en una escalofriante cadena de errores imputables a los técnicos de la planta, hizo que comenzara a expandirse por el complejo de Chernóbil y sus alrededores, producto de fisión altamente radiactivo (lantano 140, rutenio 103, cesio 137, yodo 131, estroncio 90 e itrio 91). La temperatura alcanzaba los 2500 grados centígrados. Una letal nube radiactiva se formó a 1600 metros de altura y pronto fue arrastrada por los vientos a muchos países de Europa Central y Septentrional. Acontecía lo propio con el agua contaminada por los residuos radiactivos. El río Pripiat llevó radiactividad a su afluente, el río Dnieper, que tras recorrer 800 kilómetros, desemboca en el mar Negro. Entretanto, el lunes 28 de abril, los suecos detectaban que en la costa oriental de su país los geigers marcaban una radiactividad 14 veces mayor que la del nivel normal. Primero pensaron que se trataba de un escape en la central de Forsmark, al norte de Estocolmo, pero luego se constató que el impacto radiactivo venía de lejos. Solo después de que los diplomáticos Suecos anunciaran que se disponían a presentar una alerta oficial ante el Organismo Internacional de Energía Atómica, las autoridades soviéticas emitieron un lacónico comunicado. Hacían todo lo posible por banalizar los estragos de la hecatombe. Doce horas después, un portavoz del gobierno soviético declaró que lo sucedido en Chernóbil no tendría efectos nocivos sobre nadie. Mijaíl Gorbachov admitió que las víctimas hospitalizadas eran 299. Al cabo de unos días, la agencia de prensa Novosti informó que el número de afectados ascendía a 1000. A pesar del hermetismo político, trascendió que fueron necesarios 9 días para sofocar la conflagración; y que sobre los restos del reactor se arrojaron desde helicópteros más de 5.000 toneladas de materiales que sirven de aislantes de la radiación, como Plomo y Boro. Según datos oficiales, 8.000 personas que trabajaron en la extinción del fuego (liquidadores) murieron y otras 12.000 quedaron seriamente afectadas por la alta dosis de radiactividad recibida. Se supo que tras el desastre se construyó un sarcófago (una enorme estructura de hormigón y acero de 500.000 metros cúbicos) con el fin de contener la liberación de radiactividad, que los entendidos estiman que permanecerá activo los próximos 100.000 años. Como las fugas radiactivas continúan, alrededor de éste se hace imprescindible construir un segundo sarcófago. Se calcula que la energía nuclear fuera de control ocasionó más de 200.000 víctimas mortales en tres Repúblicas ex-soviéticas: Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Estudios epidemiológicos señalan que sólo el 20% de los habitantes de esta última pueden considerarse sanos. La pintoresca ciudad de Pripiat, construida para los trabajadores de la central, antaño habitada por 40.000 personas, hoy está desierta. Un informe de la Organización Mundial de la Salud revela que en el accidente de Chernóbil, el único que ha alcanzado categoría 7, el más alto en la escala INES, se emitió 200 veces más radiactividad que la liberada por las bombas nucleares lanzadas por los estadounidenses el 6 y 9 de agosto de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki. La destrucción de la central atómica de Chernóbil no solo constituyó un desastre a la vida y a la salud de millones de personas sino también una debacle Económica. Muchos creen que fue una de las causas determinantes de la caída del régimen soviético en la antigua U.R.S.S. De igual modo representó una de las mayores catástrofes ambientales: daños terribles sufrieron la flora y la fauna. Tras el siniestro de 1986, una superficie de 4 kilómetros cuadrados de especies coníferas en las proximidades de la Central Atómica siniestrada, adquirió un tono marrón. Ahora lo llaman “el bosque rojo”. Un informe de Greenpeace señala que los terrenos afectados por el trágico suceso se verán normalizados pasados 200.000 años. Decenas de miles de animales de la zona que comieron líquenes infectados murieron al desintegrarse sus glándulas tiroides. El oso pardo desapareció sin dejar rastros de su destino. Las aves espantadas por la nube radiactiva, emigraron. La combinación de vivir en una tierra contaminada y la ingesta de alimentos viciados incrementó gravemente los daños sobre la salud humana. Análisis científicos arrojan que más de 9.000.000 de personas beben aguas contaminadas y otras 23.000.000 consumen alimentos regados con aguas radiactivas y peces con altísimos niveles de radiactividad. Acerca de los efectos a largo plazo, al decir de un experto en la materia, entre 20.000 y 30.000 de las personas que vivían cerca de la planta nuclear padecerán de cataratas, cáncer, tuberculosis, leucemia, problemas mentales y enfermedades del sistema endocrino, digestivo y vascular. El ADN de las células germinales que transmite la información genética sufrió graves daños por la radiactividad. Hoy, 24 años después, siguen naciendo niños con malformaciones y aberraciones cromosomáticas (las fotografías hieren la sensibilidad). Lo más preocupante es que estas mutaciones se heredarán generación tras generación. Sin lugar a dudas, es el peor accidente de la historia.
Monday, May 3, 2010
Jaime Lozano Rivera as seen by FIX
EL PEOR ACCIDENTE DE LA HISTORIA
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